Quizá no fue exactamente eso lo que dijo M., tal vez me he adornado un tanto (que él me perdone).'Se llama La República de las Letras', añadió para reforzar la endeble memoria de Sir A., que últimamente empezaba a creerse en brazos del Alzheimer, como un Argan moleriesco, si existe este adjetivo.Sir A. repitió lentamente el nombre de la librería-enoteca-cafetería-etc., pues todo ello brindaba el local, según le explicó M.
Así que Sir A., snob y diletante donde los haya, se preguntó en su perfecta ignorancia (deseosa -eso sí- de conocer) a qué le sonaba tal título. Se respondió que a IKEA o al Quijote, tanto da, que hoy todos 'vivimos revolcaos / en un merengue / y en un mismo lodo / todos manoseaos', sabios y lerdos, vivos y difuntos, materia y espíritu.
Posiblemente el noble sin título, preocupado por su desconocimiento supino, haya indagado algo al respecto (ya podéis imaginarlo: existe un mundo nuevo, paralelo al que vivís, virtual lo llamáis, ¡si Colón levantara la cabeza. si Huxley abriera los ojos!) en esos trastos que os vampirizan de continuo. Seguramente, haya descubierto algo al respecto, algo que ahora cree saber, porque cree haberlo encontrado, algo respecto a un tal Marc Fumaroli, algo sobre una sociedad de sabios humanistas del Renacimiento y, más tarde, barrocos (cómo os gustan las categorías históricas convencionales, como si el tiempo pudiérais dividirlos en tramos, igual que en la paradoja de Aquiles y la tortuga, ay Zenón, qué cosas). No me cabe duda de que ahora mismo estará escribiendo algo al respecto, sintiéndose importante, a pesar de reconocer su inmensa infamia (tanta como para merecer, pensaba entre la fiebre de autoestima que le atacaba esta tarde, ser insertado por Borges en su obra como un segundo impostor inverosímil); reconocerla sí, pero sólo para sí mismo; reconocerla sí, pero no confesarla,...
A no ser que su conciencia sea la misma que la mía y que sus palabras sean tan virtuales como reales.
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