domingo, 3 de mayo de 2015

RES PUBLICA LITTERARUM

Como dejándolo caer, M. apuntó a Sir A. una pequeña idea para su proyecto: 'Han abierto una nueva librería en Córdoba, donde se puede catar un vino mientras se degusta un pasaje de tu novela preferida, saboreas unos versos de un poeta del alma, reflexionas con los taninos de un ensayo embriagador con aromas a crítica social o paladeas un libro de historia profunda de Oriente con retrogusto a patios de la infancia'.

Quizá no fue exactamente eso lo que dijo M., tal vez me he adornado un tanto (que él me perdone).'Se llama La República de las Letras', añadió para reforzar la endeble memoria de Sir A., que últimamente empezaba a creerse en brazos del Alzheimer, como un Argan moleriesco, si existe este adjetivo.Sir A. repitió lentamente el nombre de la librería-enoteca-cafetería-etc., pues todo ello brindaba el local, según le explicó M.

Así que Sir A., snob y diletante donde los haya, se preguntó en su perfecta ignorancia (deseosa -eso sí- de conocer) a qué le sonaba tal título. Se respondió que a IKEA o al Quijote, tanto da, que hoy todos 'vivimos revolcaos  / en un merengue  / y en un mismo lodo  / todos manoseaos', sabios y lerdos, vivos y difuntos, materia y espíritu.

Posiblemente el noble sin título, preocupado por su desconocimiento supino, haya indagado algo al respecto (ya podéis imaginarlo: existe un mundo nuevo, paralelo al que vivís, virtual lo llamáis, ¡si Colón levantara la cabeza. si Huxley abriera los ojos!) en esos trastos que os vampirizan de continuo. Seguramente, haya descubierto algo al respecto, algo que ahora cree saber, porque cree haberlo encontrado, algo respecto a un tal Marc Fumaroli, algo sobre una sociedad de sabios humanistas del Renacimiento y, más tarde, barrocos (cómo os gustan las categorías históricas convencionales, como si el tiempo pudiérais dividirlos en tramos, igual que en la paradoja de Aquiles y la tortuga, ay Zenón, qué cosas). No me cabe duda de que ahora mismo estará escribiendo algo al respecto, sintiéndose importante, a pesar de reconocer su inmensa infamia (tanta como para merecer, pensaba entre la fiebre de autoestima que le atacaba esta tarde, ser insertado por Borges en su obra como un segundo impostor inverosímil); reconocerla sí, pero sólo para sí mismo; reconocerla sí, pero no confesarla,...

A no ser que su conciencia sea la misma que la mía y que sus palabras sean tan virtuales como reales.


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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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