miércoles, 27 de mayo de 2015

Duelos, quebrantos y hamburguesas

Al señor Al. lo conocí en mi propia casa (bueno, ahora ya no es mía aunque siga siéndolo, es del pueblo o del ayuntamiento, no sé si es lo mismo, lo dudo). Había montado un puesto de venta de libros, de libro, para ser más exacto, del libro que esa velada se presentaba al público de esta noble ciudad de la campiña cordobesa. Me llamó la atención su aspecto de hombre honrado pero ameno, su mirada de hombre franco, pero no del régimen (sea el que sea el nombre que reciba un régimen, siempre es el mismo, ya se trate del estado o de la dieta), su inquieto pero tranquilo saber estar, dispuesto a la circunstancia y abierto, pero no en exceso, su vuelo estático bajo el ala de una cándida retranca y sobre el pedestal humilde de una aristocrática sonrisa, un tanto pícara, de barrio de pueblo sin estridencias. O, al menos, eso me pareció.
De una manera u otra, lo tengo entretenido buscándome, pues lo solicito, sin que él lo advierta, a través de Sir A., al que poco a poco vais conociendo.

Me he acordado de él, si es que es memoria lo que me va quedando, porque ayer o antes de ayer (no tengo horologio que mida el tiempo ni clepsidra que inquiete mi ataraxia) advertí sobre el suelo de la sala un pliego del periódico (suele vendérselo los domingos a Sir A.) que se había separado, por mano del destino, del resto de sus desencuadernadas planas, y en ella me fijé en un nombre propio que me devolvió nostálgico a mi época y a aquel genio de las letras que ahora todos ensalzáis (bueno, no todos) y pocos leéis, con el que comparto cierto honor a modo de aniversario: 'Del Quijote a la hamburguesa', rezaba el título del artículo, en tanto que el copete hablaba de 'retrato de la realidad' y 'reconversión para el futuro'. Nunca he degustado una hamburguesa, apenas he llegado a olfatearla, si es que estas asociaciones de ideas y sensaciones sutilísimas pueden llegar a sustituir al olfato, alguna vez que otra, cuando los vecinos de la calle de al lado, que lleva nombre de mi gran patria chica, les da por imitar en casa a lo que dicen que es un emporio de algo llamado 'comida rápida o basura'.
Como me veo imposibilitado de entender qué tiene que ver aquel personaje literario con esta forma de alimentación tan curiosa, os recomiendo el siguiente artículo.


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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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