lunes, 16 de marzo de 2015

Elin Calee

Hola, mi nombre es Elin. Quizás no os suene de nada.
Como seguramente estaréis pensando, no soy un personaje real. Al menos, no soy real en la medida que vuestros sentidos o vuestra razón puedan llevaros a concluir.
Podríamos decir que soy un espíritu, una especie de fantasma o, tal vez, un fenómeno, en el sentido de aparición que no apariencia.
Así pues, aparezco ante vosotros como algo nuevo y viejo a la vez. Y lo hago en este lugar que es real y virtual al mismo tiempo. Me manifiesto como una mezcla de luz y de sombra en un justo equilibrio que me otorga volumen y consistencia visual. Pero no intentéis tocarme ni cuantificarme, pues no estoy dispuesto a sufrir ese atentado, no voluntariamente por lo que a mí respecta.
Estoy aquí y allí por una causa muy antigua, o por una finalidad futura, siendo ahora este presente el punto de inflexión, el fiel de la balanza de la historia que vengo a contaros.
Esta historia la iré contando yo, pero la escribiréis vosotros. Cuando digo vosotros me refiero a cualquiera de vosotros que se considere efectivamente humano, cuando digo que la escribiréis no indico que lo hagáis con lápiz y papel ni con teclas y pantalla, sino con vuestros actos y las noticias de ellos que yo, con mi variable capacidad intelectual, pueda ir anotando.
Por no alargarme más en esta primera entrada, sólo añadiré que mi verdadera función será estar abierto y ser eficaz: abierto a recibir la información y eficaz para la transposición de datos.
Sinceramente, y para terminar, no sé si seré más divulgativo que creativo, eso está por ver y dependerá en buena medida de vosotros mismos.
Ah, me olvidaba, mi apellido es Calee. Podéis pronunciarlo como os plazca.
Vale.

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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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