martes, 17 de marzo de 2015

Arte del buen vivir

Aquí me tenéis, en mi espacio vital. Cada ser en este mundo tiene el suyo. No es que no pueda sobrevivir en otro, pero éste es el adecuado, el que se adapta a mí de modo digno, el que me permite ser lo que en esencia soy.
Todos los comienzos son difíciles: pensad en el momento del nacimiento, el recién nacido se ve expulsado del útero de su madre, confortable y cálido, al exterior desconocido y hosco, es un choque brutal. Esto sólo lo supongo, porque yo físicamente no he nacido (o tal vez sí, si la physis incluye este entorno virtual en el que me muevo).
Sea como sea, podríamos convenir en esa dificultad del comienzo de algo. Si es así, si estáis de acuerdo conmigo, también deberíamos acordar que no es menos difícil el final de ese algo: el tránsito. El paso quizás a la nada, si es que de la nada se llegó al ser, quizás a otra esfera, a otro mundo distinto, paralelo o complementario, o religiosamente concluyente, para bien o para mal eterno.
Así que he decidido entreabrir a un amigo nada amigable, según dicen los entendidos. Pero esta disección me ha llevado, bien sea por mi propia voluntad o por una voluntad universal que a todos nos rige, a la página final. Es chocante (a mí al menos así me lo parece), que alguien tan agrio como este 'amigo' titule esta obra El arte del buen vivir, con ese eco resonante al Ars amandi de Ovidio, aquel poeta latino que convertía en verso todo lo que intentaba decir. Ya hablaremos de Ovidio otro día, de sus Metamorfosis y de sus Tristia, pero hoy toca recordar a este alemán, áspero, pesimista y misántropo hasta límites insospechados, que llamaba a su perro 'hombre' cuando el can se portaba mal.



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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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