viernes, 20 de marzo de 2015

Eclipse

He oído por ahí (a veces me llega cierta información del exterior a través de no sé qué ondas que surcan el bosón de un tal Higs) que hoy, ahora mismo, se está produciendo un eclipse. También he oído de algunos visitadores que deambulan por los vericuetos de mi laberinto literario que 'es un lástima que el día esté nublado, así no podemos ver el sol oculto por la luna'. En realidad, es como si se produjera un doble eclipse: el sol ocultado por la luna, y ese fenómeno ocultado por las nubes. Las nubes, entiendo, no están funcionando como deben, se han dedicado no a llover, que es lo suyo, sino a ocultar espectáculos astronómicos que todo el género humano desea contemplar. Me imagino a aquél aficionado de última hora que adquirió ayer por la tarde, a toda prisa, un telescopio económico ('pero de prestaciones suficientes para lo que usted desea y, además, binocular para no perderse detalle', le animaría el dependiente de la vieja tienda de fotografía que está sufriendo la crisis como todos). Hoy se verá impelido a montarlo, siguiendo el libro de instrucciones, acuciado por la urgencia de sus hijos pequeños que gritan a su alrededor, poniéndolo aún más nervioso de lo que ya está; habrá pasado un buen rato cuando consiga tenerlo todo preparado; los niños, que se habían marchado aburridos de ver a su padre luchar con el proceso de montaje, vuelven a la carrera y empujan al progenitor que se deleita mirando con fruición a través del aparato. De pronto, las nubes se separan y abren un claro luminoso y limpio, y él comprende que, por precipitación, ha olvidado colocar los filtros específicos para observar el eclipse y que su retina se ha quemado de manera irreversible. Por fin ha visto la luz, la luz del Sol que todo lo ilumina y todo lo sabe, la luz de la verdad que nos abre los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón. Él es un Edipo del siglo XXI que afronta su destino, que contempla su propia esencia y eso le causa una ceguera física a cambio de una comprensión délfica de sí mismo. Sonríe a la nueva opacidad del mundo físico, que ha perdido su carácter fenoménico, mientras sus hijos le piden que les permita asomarse al binocular.

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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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