martes, 21 de abril de 2015

Todo está en los libros

Parece como si todo el mundo estuviera mirándome.

Tengo la extraña sensación de que todos se agolpan ante mis letras y que todas esas letras mías fueran las de todos, las de todos los tiempos y lugares, las de todos los alfabetos y lenguajes, las que todos los seres humanos de la historia hubieran escrito o grabado, transmitido y borrado a lo largo de los siglos y a lo ancho de todos los países y regiones, estados e imperios, reinos y repúblicas. Se arremolinan ante mí mensajes, símbolos y señales, códigos y frecuencias, brailles, morses y nubes de humo entrelazadas o dispersas. Toda la información que nuestra raza ha generado durante milenios, toda la que ha llegado de un emisor a un receptor, pero también la voluntad de lo que se ha perdido y, en su irrealidad latente, quisiera poder ser de alguna manera inexpresable.

Un laberinto de obras personales y universales que se amontonan en los estantes que se adhieren a las paredes que conforman unas salas que se dan paso las unas a las otras, forjando un laberinto que conserva y protege, que defiende y ofende, que rechaza a la vez a los curiosos y a los malvados, a los impuros que se ríen, que gritan penitenciagite sin saber muy bien lo que dicen, lo que saben, lo que hacen, lo que son.

Un laberinto de ideas y de pasiones que todos los poetas se empeñan en aunar ahora, en una red inextricable, soplando con el silbo de la brisa que recorre los pasillos de este dédalo sin tiempo ni fronteras. Qué bien lo describió García Márquez al final de un siglo solitario repleto de personajes que en sí mismos son también los símbolos de una época, si no de la humanidad entera.

"Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once paginas para no perder tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo; descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose así mismo en el acto de descifrar la ultima pagina de los pergaminos, como si estuviera viendo en su espejo hablado."

Pronto pasará todo y quedaré aquí casi olvidado, esperando un nuevo aniversario.


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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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