jueves, 23 de abril de 2015

La imagen del Inca

En realidad nunca se ha conocido la verdadera imagen de Gómez Suárez de Figueroa, el Inca Garcilaso. No se sabe con certeza qué podría reflejar su rostro del pueblo inca, del que su madre era una princesa, y qué tendría de su padre español. Nacido en abril de 1539, Gómez Suárez de Figueroa vivió en la ciudad imperial de los incas hasta los veinte años y partió para Europa en 1560, sin dejar huella alguna de su figura. Los retratos, oriundos del Renacimiento europeo, responden a la necesidad de representar generalmente a una personalidad, sobresaliente por sus méritos. El Inca Garcilaso ya los había adquirido en 1570 gracias a su traducción del italiano al español de un libro de teología y filosofía neoplatónica, los DIÁLOGOS DE AMOR de León Hebreo, pero era muy pronto para haber incorporado este uso europeo en América del Sur. Aunque con posterioridad, hubo varias recreaciones imaginativas del rostro del Inca Garcilaso; la primera sería la versión anónima de la Escuela Cuzqueña, ejecutada hace unos 250 años, la segunda la inicia Francisco González Gamarra, en 1925. A partir de ese momento se sucederán otras versiones sucesivas de sus pinceles, en las que se mantiene el mismo rostro y las facciones, pero cambian aspectos accidentales de edad, color de la piel, vestimenta, postura y expresión. Además existen otras interpretaciones del rostro del Inca Garcilaso, que datan de 1939 y 1959. La imagen que nosotros conocemos es la de este último año y se debe a la iniciativa de José Cobos Jiménez, escritor y cronista oficial de Montilla en los años cincuenta, nombrado cónsul honorario de Perú. Cuando por esta época se descubrió la casa donde el Inca había vivido en nuestra ciudad durante treinta años, gracias a los trabajos del profesor e investigador peruano Raúl Porras Barrenechea, se expone la necesidad de contar con una imagen suya para el proyecto de hacer de su vivienda, su casa museo. Al no existir ningún retrato oficial, se decide construirla a partir de supuestos, como se había hecho anteriormente. José Cobos envía a Perú una reproducción del retrato de don Luis de Góngora hecho por Velázquez, como el cordobés más representativo de todos los tiempos, que serviría de base para la elaboración de su rostro. Allí el artista peruano responsable añadiría los rasgos supuestamente suyos más característicos y definitorios, observados de los retratos antes citados, que se conservan en la universidad de Lima. En la reciente exposición de retratos a plumilla, hemos tenido en nuestro centro la oportunidad de presentar dos versiones mías de los personajes citados, del Inca pintado en 1959 y del Góngora de Velázquez. Aparte de la diferencia de edad y de los rasgos definitorios del Inca, pudimos contemplar similitudes más que sospechosas, como la vestimenta, la nariz aguileña, la cara alargada, el mentón estrecho, redondeado y rematado con una insinuación de perilla debajo del labio. La casualidad de llegar a exponer a ambos personajes juntos, me ha llevado a escribir esto, que pocos de los que entramos a diario en el instituto Inca Garcilaso conocen, que su retrato no corresponde a una imagen real; es sólo supuesto. 

Lorenzo Marqués Muñoz-Repiso

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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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