lunes, 8 de febrero de 2016

THE WALL

Al fondo, a la derecha de la magnífica entrada cristalina y pura de nuestro centro, sobre el muro de cierre que nos abrió a la ampliación y mejora, la frontera que une nuestro pasado y nuestro futuro, se alza el opus magnum de D. Lorenzo Marqués Muñoz-Repiso. La importancia de este mural, o mosaico como le llaman algunos, no estriba en su magnifica factura, ni en el trazo limpio y definido de sus detalles, tampoco en la belleza de la propuesta de un mapamundi que simboliza a nuestro Inca Garcilaso como eslabón que une el viejo y el nuevo mundo; no voy a insistir tampoco en la labor inmensa que durante estos últimos años el autor ha llevado a cabo, de una manera callada y discreta, para decorar el casi centenar de piezas cerámicas, con la técnica depurada y el tesón que caracteriza a nuestro compañero; ni siquiera quiero recordar con qué mimo al par que autodisciplina lo he contemplado apurar la tarde trazando la cuerda seca, aplicando los esmaltes calibrados sutilmente, o vigilando el horno para que la cocción fuera perfecta. Todo eso se da por supuesto: son hechos contrastados e irrefutables. Lo que no tiene precio, sin duda alguna, es que todo este proceso, esta metódica elaboración, este esfuerzo casi titánico y esta concentración oriental que complementa perfectamente a la tecnología occidental, es el reflejo de su alma y el culmen de su dedicación a la enseñanza y esto lo pude casi saborear no sólo en los discursos honoríficos de los próceres invitados al acto de la inauguración, sino, sobre todo, en la presencia de los amigos y compañeros que acompañaron a D. Lorenzo en los momentos posteriores, algunos de los cuales pueden buscarse y encontrarse como si fueran 'willies'.

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Mario Cuenca Sandoval

Mario Cuenca Sandoval
Estaré con vosotros para celebrar el próximo Día del Libro.

CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER

Mario Cuenca Sandoval es profesor de Filosofía, poeta y novelista.
En esta sección nos recomienda 5 libros que no deberíamos dejar de leer.

1. BRAM STOKER

Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.

A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.

Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.

Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.

En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.

Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.

BRAM STOKER

BRAM STOKER
Por Lorenzo Marqués

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