sábado, 20 de febrero de 2016
El significado de Eco
También ha consumido su tiempo entre nosotros el magnífico Umberto Eco, dejándonos igualmente un efecto sonoro en la Historia Contemporánea de las Letras, pues en todos nosotros resuena constantemente El nombre de la rosa. Se ha ido, pero volverá insistentemente como vuelve El péndulo de Foucault en su ir y venir eterno atado al eje de la bóveda celeste de la sabiduría. Una vez alguien le preguntó, apabullado ante su biblioteca, si había leído todos aquellos libros, a lo que él respondió: 'Sí, pero sólo una vez'. Ahora habrá llegado sin brújula ni timón a La isla del día de antes. Distinguió perfectamente entre la Belleza y la Fealdad. Hace poco, unos años, mi tiempo es diferente del vuestro me desdoblé para leer El cementerio de Praga: seguro que Umberto recibirá honores funerarios propios de un hombre de su calidad, pues no sólo conocía los signos sino también sus significados. Lo hemos dejado ir sin el Nobel, no somos perfectos.
CINCO AUTORES CON MARIO: BRAM STOKER
1. BRAM STOKER
Modesto y formal, humilde servidor de otro hombre, ensombrecido por la capa de Drácula.
El irlandés Bram Stoker (1847-1912) es uno de esos autores cuyas criaturas han llegado a ser más célebres que su creador. Drácula, uno de los personajes de ficción que más adaptaciones y actualizaciones ha experimentado, fue moldeado a partir de la leyenda de Vlad Tepes, es decir, Vlad el Empalador, un sanguinario gobernante rumano que se enfrentó a los turcos, combinada con la figura y atuendo del esquelético compositor Franz Listz.
A Stoker le tocó vivir también a la sombra de una celebridad de su tiempo hoy olvidada: Henry Irving, el actor más importante de la era victoriana, director del teatro del Liceo de Londres. Como secretario personal de Irving, las tareas administrativas de Bram Stoker (llevar las cuentas del teatro, organizar las giras de su jefe, responder la correspondencia...) apenas le dejaban tiempo para escribir. De hecho, trabajó en su Drácula durante las vacaciones, a lo largo de siete años, hasta que en 1894 se retiró a un pueblo costero para rematar la novela.
Incluso en la construcción de su más célebre novela, Stoker lució los modales de un secretario: la obra es la recopilación de una serie de cartas, telegramas, noticias de prensa, todas ellas falsas, desde luego, como si el autor se hubiera tomado la molestia de reunir la documentación existente sobre la tenebrosa anécdota de la novela: el conde Drácula decide trasladarse a Londres (recuérdese: el remilgado Londres victoriano), donde el bullicio y la sangre joven corren a sus anchas.
Stoker pidió a Irving que interpretara el papel de Drácula en el montaje teatral sobre su relato que él mismo dirigió y estrenó antes del lanzamiento de la novela. Este constituyó un sonoro fracaso. Y, de hecho, jamás volvió a representarse.
En su tiempo, Drácula provocó división de opiniones. Algunos críticos la calificaron de insufrible y otros consideraron que sus excelencias eran tantas que resultaba imposible que hubiera sido escrita por Bram Stoker, habida cuenta de su exigua trayectoria literaria. Otros la ningunearon por su adscripción a un género considerado menor por los más estirados. Aquellos sobre quienes pese semejante prejuicio deberían animarse a comprobar que Drácula es una de las mejores novelas del siglo xix. En los planes de estudio de nuestros institutos, Flaubert o Dostoievski resultan (merecidamente) ineludibles, pero se suele echar en falta a Bram Stoker, quien, a juicio de Oscar Wilde, fue autor de “la novela más hermosa jamás escrita”.
Pero incluso la muerte del desdichado Stoker fue ensombrecida por otros acontecimientos, pues coincidió con la tragedia del Titanic y apenas apareció en unos pocos obituarios de prensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario